Confesiones de una sumisa

Hola amores, a ver si os gusta…



Confesiones de una sumisa


No hay mayor deleite para mí que obedecer a mi amo. Aquel día, sus instrucciones fueron claras: debía vestirme de monja y encontrarme con él en una iglesia poco frecuentada que ya conocía.


El eco de mis tacones resonaba en el templo vacío mientras lo buscaba, mi cuerpo ardiendo bajo la tela que me cubría. Lo encontré junto al confesionario, su mirada era fuego puro. Sin una palabra, me indicó que entrara, y lo hice con la devoción de quien se entrega por completo.


Se colocó tras de mí en aquel pequeño espacio, y con un movimiento firme me dobló, levantando la falda del hábito y dejando al descubierto mi piel. Sus manos fueron posesivas, explorando, decidiendo. Cuando me penetró, fue intenso, profundo, arrebatador.


“Reza”, me ordenó con un susurro grave, su aliento caliente contra mi oído. Y yo, con el rosario entre las manos temblorosas, comencé a murmurar oraciones, aunque mi voz se quebraba con cada embestida. Mis palabras se mezclaban con jadeos, mis rezos se convertían en súplicas de placer y devoción.


Él terminó con un gemido contenido, su calidez derramándose en mi interior. Su orden fue inmediata: “Súbete las bragas, no te limpies.” Obedecí, con las piernas temblorosas, sintiendo cómo mi cuerpo aún palpitaba con su marca.


Cuando llegamos a casa, me hizo quitarme la ropa lentamente, saboreando cada momento. Al llegar a las bragas, su sonrisa era de pura satisfacción al ver el rastro de su dominio en mí. Sabía que estaba exactamente donde quería: completamente suya, con su esencia todavía goteando por mis labios vaginales… me besó, me dijo “bien hecho cariño”, me abrazó con intensidad y calidez.


En ese momento la satisfacción de saber que estaba totalmente satisfecho generó en mí el mismo sentimiento.




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